La comunidad – Valentina Viettro

Por Valentina Viettro.

Al principio fueron doce. 

¿Cuánto es el número que se precisa para fundar una comunidad? Qué es lo que no puede faltar, lo imprescindible, esos sine qua non capaces de asegurar construcción y futuro. Un costillar, manos hábiles, olfato agudo, lenguas ávidas de intercambio ameno, un par de piernas, el pecho ardiente, sueños en común y unas caderas hambrientas de canción.

Para cuando abrieron la puerta la fiesta ya había comenzado o quizás seguía desde la noche anterior, esto no lo sabían. Como en loop, una onda que nace fruto de la caída de un árbol que a lo lejos remueve la hojarasca levantando la polvadera de un bosque acostumbrado. Nadie sabe como se decidió su composición, que notas les llevaron hasta allí, pero lo cierto era que cantos y brazos se unían, piernas se confundían, amistades nacían y la fundación era una fiesta sin final donde la vibración era capaz de componer el himno más justo.

Fruto del movimiento, unos chocaban contra otros provocando sonidos nuevos, lejos quedó el peso de una temporada de encierro y desconcierto. Perderse era pensar que el peligro acechaba del otro lado de la puerta, que el prójimo era un ser sin rostro, que respirar era un esfuerzo imposible. El pasado era eso que hasta hace unas horas componía la rutina, creyeron que la nostalgia era el único sentimiento capaz de crecer y el anhelo una pretensión sin consecuencia. ¿Y si les hubieran dicho que el instinto les salvaría, lo hubieran creído? ¿Entre cerebro y carne, quién dirige la pulseada? 

La poesía es un relato sin orden que se expresa en frases breves intentando el dibujo, la evocación, el brillo y el momento.

El mareo que les envolvía componía también una forma de oscilación, un cuerpo vibrando es solo la confirmación de que una forma de transporte está teniendo lugar, algo no siempre bien identificado se mueve. Las causas del movimiento sean estas ajenas o propias, provocan la emisión de ondas capaces de ser escuchadas, bailadas, vividas. 

Antes estuvieron las manos al servicio de y la pulsión de las máquinas, el mercado y la industria solicitando, transmitiendo entre los dedos la posibilidad de un futuro trastornado y la seguridad de encaminarse hacia ello. Temblando. 

Luego estuvo el vacío, la pausa, el silencio…

De lejos la comunidad son puntos unidos por líneas, cuerdas invisibles que temblorosas producen frecuencias que impactan, iluminan y comunican a una unidad con otra. La aceleración genera las notas que a su vez provocarán el movimiento. ¿Hacia dónde? Hacia adelante, siempre hacia adelante. ¿Hasta cuándo? Hasta que la aceleración lo permita.  El destino estará fijado por el tiempo de exposición a la vibración, por la liviandad con la que un cuerpo se deja transportar por la onda, por la autorización que nos damos a oscilar entre el devenir y la duda.

La comunidad como una orquesta, una banda, una sinfónica, se compone de encuentro, uno soplado, golpeado, sentido, uno que mueve y conmueve, que empuja y se acompaña componiendo la melodía que conduce a la unidad. Cual el aleteo de una mariposa una perturbación conmueve el cotidiano y este se expande, se recompone y de ese caos surge lo nuevo. Solo que nosotros somos las partículas que agitan las alas de una realidad que solo puede cambiar.