Por Valentina Viettro / Ilustración: Hermes Mendez.
A unas horas apenas, días, capaz meses o un ratito antes de cerrar la puerta de este año pandémico, cruzar las copas, desempolvar la silla playera, un poco de lejos, el tacto aún en huelga y la cara a medio tapar. Algunas preguntas, algunas reflexiones y muy pocas certezas empiezan a dar vueltas en el coco como gusano loco descontrolado cuando los festejos huelen a cuarentena, no de esa de andar encerrada, si no de esas de soplar muchas velitas.
Y las que ahora festejamos las cuatro décadas, cada día más lejos de lo que nos anunciara Arjona aún en bicicleta y de poco taxi, recordamos como un día de niñas tratamos, a las cuarentonas de ese entonces, como ahora nuestras coetáneas, de veteranas, jovatas o viejas. Era evidente en ese entonces, que hoy en día íbamos a tener todo resuelto, casa, familia, carrera. Pero una realidad escasa de referentes es la que nos vió crecer, refugiadas en las voces de otra generación o en voces extranjeras fuimos avanzando como tanteando el panorama. Y en estos tiempos de crisis y pandemias, sin espejos para atravesar, vemos como esa otra generación que combatió a un enemigo en común empieza a dejarnos y la desesperación por conseguir respuestas como quién caza mariposas en el bosque y las hojas con las alas se mezclan en el revoloteo, se vuelve más urgente.
Pongamos más balas al fusil, apuntemos para arriba, cantaba Gastón Ciarlo Dino en los setenta. Al país de las maravillas nos invitaba Nancy Guguich, alentándonos a osar agarradas de la mano de nuestras amigas, de nuestros amigos, a una nueva construcción. Pero los vientos del sur han soplado fuerte y de manera inconstante meneando nuestra realidad de arriba a abajo, de atrás hacia adelante y volviendo a empezar. Los muros, como un día los volvió a levantar Dino en su Dolores querida tras el golpe de un huracán, tiemblan. Contemplar la caída no es una opción.
Empezar a hacer música en los setenta solamente podría ser fruto de la necesidad, el desborde, inconsciencia o compromiso. Con metáforas que calaban hondo, los músicos de esta época saltaron las fronteras de los géneros, hicieron que el rock se toque con la milonga y esta con el blues zarandeándose entre las sábanas del candombe. Palabras repletas de imágenes fantasiosas que bregan por la libertad, notas volando que llevan a recorrer tierras nuevas, a cambiar las calles de Montevideo por las subidas de Lausanne, las juntadas de barrio Sur por los callejones de Ginebra.
Y en esta otra crisis, otro contexto, uno distinto pero no desligado de ese que un día puso a la máquina a rodar, ¿qué hicieron los artistas en sus encierros aparte de pelear la olla? Crearon, como si no hubiera mañana, apurados contra el límite impuesto, el encierro, el silencio, la inmovilidad. Obras de teatro tomaron forma en los salones de las casas, canciones se tararearon por skype, poesías se declamaron en video conferencias que como un abrazo cruzaron el planeta. ¿Para adónde huir cuando el dolor pega parejo?
Repensar la vida volvió a ser moneda corriente en los bares virtuales de uruguayas y uruguayos. La nostalgia que tanto nos caracteriza se hizo piel y una lucha contra natura se impuso. Sacar fuerza de dónde sea para volver a juntarse con el de al lado, calzarse las botas de siete leguas, tomar las calles, juntar firmas, pintarse, bailar y alzar la voz. Convencerse de que detrás de los escritorios no hay gigantes lobos feroces, ni dragones de siete corbatas capaces de comerse nuestra alegría. Porque la alegría, nuestros pies levantando el polvo y algún grito sapucai pueden cambiar la historia. Porque adueñarnos de nuestros cuerpos, abrazarnos por doquier y creer en el otro, más allá de las distorsiones de un motor de helicóptero sobrevolando sobre nuestras cabezas, será la nueva revolución.
En el mundo voces uruguayas de acento caribeño y seseos españoles se llevan todos los laureles, Cristina Peri Rossi como antes Ida Vitale, alzan el premio Cervantes. Fernanda Trías, el Sor Juana y el Bartolomé Hidalgo. Las uruguayas y uruguayos ya no somos personajes quietos en esa isla calma sentada en una tacita de plata que compra televisores de cuarenta y dos pulgadas y vacían el mercado automotriz llenando de humo las calles. Somos un conjunto de sueños renovados, somos nido nuevo para los viajeros que deciden quedarse, repletos de sabores nuevos, olores, cantos, acentos, fuerza de lucha y abrazos apretados.
La esperanza resiste, la esperanza es un videoclip que repensado una década más tarde, toma más sentido y vuelve a sonar: