Por Laura Falero.
Música y género
Desde que soy niña que quiero ser música. No sé, así me nace, así soy. Y no solo eso, sino que quería desarrollarme profesionalmente, aunque era un deseo oculto e inalcanzable, primero por mi timidez y falta de herramientas para sacar hacia afuera ese mundo tan rico que luego descubrí, y segundo por la falta de representatividad que, en los años noventa, teníamos las mujeres en la mayoría de las bandas. Y no hablo solamente de solistas o cantantes sino también de instrumentistas y de todos los roles que hacen a la industria musical.
De hecho, todavía en los años ochenta, era muy frecuente enviar a las niñas a estudiar piano y solfeo durante ocho años o más, atendiendo a aquella costumbre europea del siglo XIX que marcaba que a las mujeres jóvenes de la burguesía se les debía enseñar a tocar el piano o el arpa para perfeccionar su cuerpo, utilizando la música como un conducto de sociabilización en los salones y también como una estrategia matrimonial. A su vez, tocar el piano era símbolo de buena educación y estaba asociado a la transmisión de cultura perteneciente a determinada élite. También el canto tenía una significancia particular en la construcción del concepto de belleza, porque era considerado un ejercicio físico de culto a la hermosura que se daba a través del sonido del cuerpo de una mujer. Me atrevo a hacer esta comparación porque las influencias europeas en nuestra cultura son, todavía, muy evidentes. Igual sigue siendo extraño que, siendo esta humanidad formadora de tantas pianistas mujeres, si hablamos de piezas musicales clásicas no recordemos o conozcamos casi a ninguna, ¿no?
Ya para los años noventa todo había cambiado… o no. Éramos coristas, quizás podía escucharse alguna tecladista, pero no mucho más. Ese era el modelo al que podías acceder: ser una de las coristas de Fito Páez en aquella banda con la que presentó Circo Beat en el estacionamiento del Punta Carretas shopping, ser Alina Gandini o Laura Vázquez.
Hoy, en plena pandemia mundial, me sorprende en el dial el programa de radio Universos Paralelos en M24, donde en una mesa varias mujeres músicas -entre ellas Kira del colectivo Soona, Patricia Turnes, Ceci Torres- visibilizaban el trabajo de sus proyectos musicales y el de otras colegas como Mínima, Cami Cardozo, Phoro, Rodra, Guachas, Amiga uy, Niña Lobo, etc. Esta tarea también la impulsa, con mucha fuerza, el colectivo Más Músicas Uruguay.
Para extrañeza de algunos varones productores y músicos, las mujeres que logran desarrollarse en la industria musical local, en todas sus áreas, tienen que pasar por muchas pruebas completamente normativizadas, impuestas por el propio sistema machista y patriarcal. Los mismos varones productores y músicos son también víctimas de esta articulación que siempre los beneficia a ellos, y no tienen una conciencia real de los impedimentos que eso supone para la profesionalización de las mujeres y disidencias en la música. Generalmente la confusión radica en varias excusas: que las mujeres no tenemos referentes -como consecuencia de la falta de representatividad-, o que no nos animamos, o que no trabajamos lo que deberíamos trabajar, o que no tocamos tan bien, o directamente que no estamos visibles porque “si trabajamos para hacerlo, lo logramos, porque todos somos iguales” y bla, bla, bla. Y no, no lo logramos porque no hay equidad, nos agotamos en un mar de autogestión porque no solo no tenemos las mismas oportunidades sino que, directamente, la sociedad no está acostumbrada a escuchar bandas que estén integradas por mujeres.
Somos muy pocas las que hemos podido integrar un proyecto musical mixto en el que se nos permita, con libertad, participar del proceso creativo. Por eso, autogestionar nuestros discos es una consecuencia de la falta de equidad. Pero, he aquí un descubrimiento interesante: autogestionar nuestras obras -es el caso de muchas colegas como Luciana Mocchi- e impulsarnos entre nosotras nos ha hecho descubrir una nueva manera de vincularnos a la hora de producir piezas musicales, porque, además, la sensibilidad de las piezas sonoras de las mujeres y disidencias es otra, la estética del sonido es otra, es nueva, diferente, ni mejor ni peor que la de los varones. Simplemente, es otra, y viene a enriquecer la sensibilidad musical general.
“La sororidad nos está haciendo crecer” me comentaba Rodra, una piba de 24 años, música, talentosísima, que descubrí esta semana, de la que ya soy fan, que actualmente se encuentra grabando su primer disco de forma autogestionada, produciendo, decidiendo, diseñando y en articulación con otras mujeres gestoras, como es el caso del colectivo MIJA, que impulsa proyectos de mujeres diversas. Es entre nosotras que estamos trabajando, que nos estamos impulsando a crecer, porque se nos hace muy difícil hacerlo de otra manera. También, muchas veces, nos ayuda un amigo personal productor, que se copa con nuestro proyecto musical y cree en él, como es el caso de Ceci Torres que días atrás lanzó su primer disco “Mantaraya” -que ya se puede escuchar en Youtube y Spotify-. Es un trabajo que mezcla varios estilos y sensaciones y que ella define como dreampop electrónico, pero que yo me atrevo a decir que es, como me suele suceder al escuchar muchas piezas de mujeres músicas, una manera diferente de entender la música, de sentirla, de diseñar los sonidos y de transitar y expresar la vida.
También creo, como me hizo reflexionar Mónica Navarro, que las piezas musicales de las disidencias son aún más extrañas para el oído del público oyente, porque la estética sonora atiende también a una sensibilidad mucho más invisibilizada que las obras de las mujeres. Por lo tanto, entrar en su sintonía nos hace habitar mundos desconocidos dentro de nuestra propia sensibilidad. Y esa es, a mi entender, una necesidad urgente del arte en general: abrirse a habitar nuevos estados sensitivos donde estemos todas las voces representadas.
Visibilizar el trabajo de las productoras musicales mujeres y estimular el desarrollo en todas las áreas de la industria musical va a ser lo que nos ayude a amplificar nuestro trabajo. Y por alguna razón creo que, en esta nueva normalidad en la que nos podemos agrupar de a pocos pero donde somos muchxs haciendo, sería muy atinado atender a estos proyectos musicales, apoyando, escuchando, consumiendo y produciendo aquellos de los que las mujeres y disidencias forman parte.
Es tiempo de escuchar a las pibas.