Por Gabriel Plaza.
“Como hay que ser / que hay que comer/como me tengo que ver”, canta Vicky Ripa, con un timbre cálido y un fraseo triste, sobre la base gospel de un órgano hammond y el lamento de un blues clásico. Es la primera canción y Vic Ripa, una voz empoderada, reconocida por su militancia en el colectivo Diversa, abre su disco debut, editado por Bizarro, con un tema que la define y que a la vez demuestra porque es una de las grandes revelaciones de la música uruguaya.
Los que la conocieron como la cantante y frontwoman de la banda Croupier Funk desde 2013, no pueden sorprenderse por la calidad interpretativa de Vicky Ripa, pero con su primer disco solista quedará asentado, que lo que era una gran promesa es ahora una realidad: Ripa es una gran artista, una voz que tiene cosas para decir.
El álbum “Uno”, que será presentado el 24 de octubre en La Trastienda, es un gran salto, o un paso firme en su trayectoria según se lo mire. Todo primer disco conlleva muchos riesgos, porque es la presentación en sociedad y también la medida de lo que ese artista tiene como potencial. A Ripa le sobra autenticidad y quizás por eso se refleja en este primer disco una frescura casi adolescente, una energía que contagia la coherencia de sus letras y una autoridad para cantar con la tranquilidad de quién dice lo que siente y piensa.
Las nueve canciones del disco hablan del dolor que no se cura con el paso del tiempo, del amor, de aquellas cosas que atraviesa día a día, de una sociedad que hace un escrutinio público de los cuerpos, de los sentimientos que van en contra de la razón, de las cosas que se rompieron en una relación, de un último encuentro, de como los días se pueden transformar en una rutina eterna, o de la depresión, la soledad existencial, la amistad, los discursos de odio y el cinismo en las redes sociales, y hasta de aquellas presencias esotéricas, que la acompañan día a día.
Ripa, es fiel a una tradición de cantoras populares como Laura Canoura, que se refleja en ese interés por abordar distintos estilos musicales, como si de alguna manera mostrara su árbol de influencias en este primer álbum: el bolero, el candombe, el blues, el rock, el pop, el soul y r&b y la balada. Esta producción refleja a una artista capaz de reflejar su tiempo, pero que también mantiene un diálogo introspectivo sobre las cosas del corazón.
Con Diego Maturro hacen una buena dupla compositiva que alcanza quizás uno de sus mejores momentos en la canción “Aroma a sal” (uno de esos temas con destino de clásico), que se potencia con la colaboración de Socio (Fede Lima). Es una canción urbana de tonos menores marcada por la tensión de los riffs cortos de la guitarra, el golpe seco de la batería y ese clima oscuro, inestable, que ofrecen las notas del teclado, que va acompañando el in-crescendo de la canción y la voz de Ripa, que encuentra un canal perfecto para contar esa historia de corazones rotos. Además funciona muy bien ese diálogo de las dos voces que estallan en el estribillo pop, “La ciudad que nos cruzó / que nos separó / el tiempo no cura / la herida, es de los dos”, que es fácil imaginársela cantada por un estadio lleno.
El productor del álbum, Tato Cabrera, entendió cuál era el audio que necesitaba esta voz (influenciada por artistas como Aretha Franklin), que ocupa el centro gravitacional del disco. La fuerza instrumental y los arreglos permiten que la diversidad de géneros del álbum suene de forma cohesionada a lo largo del álbum con una banda base integrada por los músicos Sebastián Macció en batería y percusión, Joel Capdeville y Sebastián Delgado en guitarras, Andrés Cototo Cuello en bajo y Tato Cabrera en teclados y piano, además de los invitados e invitadas como Fede Lima, Gleisis Estrada, Camilo Vernengo, Marcelo Gonella, Juan Diego Fernández, Juan Ignacio Romero, Lola Deambrosio, Juan Pablo Szilagyi, Coby Acosta, Santiago, Nacho y Lucía Ripa.
Todo fluye con naturalidad y no se sienten los sobresaltos entre los cambios de cada track.
El álbum tiene un muy buen diseño sonoro, que permite que después de una canción pop, aparezca un bolero con un arreglo de trompetas con la cadencia cubana clásica, que viste muy bien la voz en “Si supieras”, donde el fraseo de Ripa suena tan natural que parece haber cantado boleros toda la vida. Después puede pasar a un tema acuñado con el mood contemporáneo y la sensualidad del r&b en “Te espero”, recurrir a los piques y las cuerdas de tambores en el candombe de “Si no hay manera” (una canción valiente que suena como una carta abierta a los afectados por la sombra del suicidio), y de ahí cambiar al clima funk bailable de “Está pasando”, que es una crónica de su presente.
El álbum “Uno” –cuyo título podría ser una cita oculta al tango de Mariano Mores y Enrique Santos Discépolo, que habla del sufrimiento existencial–, está atravesado por todas las experiencias personales de Vicky Ripa, y como todas esas cosas la moldearon: ser la hija de un músico respetado como Gustavo Ripa, la lucha en la adolescencia con las dietas, la aceptación de la propia belleza, encontrar una voz propia como militante en contra de la gordofobia, los discursos de odio y la hegemonía de los cuerpos, ser madre y descubrirse como intérprete y autora para cantar sobre el amor, sobre caer y levantarse, sobre el renacimiento, sobre los haters de las redes sociales, sobre la soledad y sobre este presente, atravesado por el inicio de un camino solista con un disco del que puede sentirse orgullosa.
Ella, sabe lo importante de este primer paso.