
Por Gabriel Plaza // Fotografía: Fede Ruiz Santesteban.
Era un cartel sencillo pegado en la librería de su madre en Lagomar. De alguna manera, ese cartel con el nombre de Rubén Olivera, que admiraba a lo lejos y que ahora se había mudado a su barrio y daba clases de música a pocas cuadras de su casa, sería el pasaporte a otro universo de la canción. Para Viviana Ruiz, ese fue como traspasar un portal consciente hacia una vida musical que le abriría otro camino paralelo a sus futuros estudios como profesora de historia.
“Fue muy crucial en mi formación Rubén Olivera. En ese momento tocaba la guitarra y había hecho algunas canciones, pero no me consideraba que hacía canciones, porque las había hecho para mí. Gracias a su empuje, hice mi primera canción como formal y después la siguiente y la siguiente. Entonces, también ahí con Rubén me encontré con un mundo que para mí fue de mucho despertar, porque yo era muy chica y empecé a ver que la música no era solo sacar una canción en la guitarra o cantarla, sino todo un fenómeno vinculado a lo político, a lo cultural, a lo más filosófico, a la historia”, dice la cancionista, que el próximo 29 de marzo presentará su segundo álbum “Añil” en la Sala Balzo del Sodre, con toda su banda.
Viviana Ruiz, tenía 18 años cuando se encontró con Rubén Olivera, pero dos años antes, ya había estudiado con otro cosmonauta de la guitarra, “Mandrake” Wolf. Toda esa data de una música sideral y criolla se fue asentando con los años y forjó un estilo.
La artista es una confluencia de diferentes linajes de la canción uruguaya: Eduardo Mateo, Fernando Cabrera, Mariana Ingold, Jorge Lazaroff, Los que iban cantando, Laura Canoura y sobre todo Luis Trochón. Esas piezas junto a la memoria de la música de su infancia –Los Olimareños, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa– fueron encastrando dentro de un territorio musical propio, mapas sonoros dentro de otros mapas, como piezas que cayeron azarosamente para crear un tipo de canción cubista, un retrato musical, que puede ubicar la oreja donde debería ir la nariz.
En el extrañamiento de lo que no es figurativo, la cantante y compositora encontró su propia huella, un camino que inauguró con el álbum, “Madreselva” (2021) y que continúa en su última producción “Añil”: ocho canciones, donde zigzaguea musicalmente entre patrones rítmicos y armónicos, fluyendo sobre aires de candombe, acunada por la milonga o la vidalita, y apoyada en el sonido eléctrico de la guitarra.
El espíritu del álbum persigue ese tesoro escondido al final del arco iris, un tesoro que en realidad es una utopía, una señal benefactora después de la tormenta.
“Aparece está cuestión de mirar el mundo, mirar lo individual y mirar un futuro como más esperanzador que al fin y al cabo creo que todos queremos y que sería deseable que podamos construir. Eso marca la esencia del disco y un concepto como más profundo que está en el nombre de “Añil”, ese color que al menos cuando yo era chica, me acuerdo que era muy natural nombrarlo como uno de los colores del arco iris, y que simboliza esa sensación de cuando sale el sol después de la lluvia.”
Las letras del disco, producido artísticamente por Diego Janssen, transitan un tono luminoso y un registro más intimista y cotidiano sobre los ciclos del amor y la naturaleza en “Canción de primavera”, los juegos de niña en “Despegue”, o la experiencia de ser madre en “Vi la vida”, dedicada a su hijo de 7 años. También puede despuntar su ojo de cronista en primera persona en “No hay lugar” y “Carmela Casaña”, la historia de su bisabuela, que fue reconstruyendo de forma ficcional a partir de los cuentos de su familia: una pieza que podría ser prima lejana de “Victoria Abaracón” de Jaime Roos.
Para esta trovadora contemporánea, las canciones son su propio laboratorio, donde puede crear todo un montaje diferente de la realidad musical, como esas curvas en el camino que revelan de pronto un paisaje totalmente inesperado que sorprende, o puede descolocar. Algo así, sucede con la música de Viviana Ruiz.
“En mi música hay algo de lo cubista. Es como el armar piezas que capaz que esperas que vengan de un lado, pero vienen de otro, ¿no? Entonces ahí se arma como una imagen así con distintas partes que me resulta súper interesante escucharlas y me resulta muy interesante también buscarlas cuando compongo. A veces es un ejercicio. No pasa nada si hago una canción tradicional con un estribillo, pero soy consciente también de que hay un camino bastante experimental en mi música. Me gusta buscar por ahí. Eso tiene sus riesgos creativos, porque no va a entrar dentro del mainstream porque está yendo por otros caminos.”
Viviana Ruiz está a pocos días de presentar oficialmente “Añil”, su segundo disco de canciones nuevas, en la Sala Balzo con su banda completa. Los ensayos para el concierto se alternan con su trabajo semanal en el Archivo Aharonián-Paraskevaídis. Es un legado musical que también dice tiene que ver con su historia. “Pasé por los talleres de Coriún con un grupo precioso de las últimas generaciones. Para mí, ese lugar en Parque Posadas fue como un lugar de mucha inspiración, sin dudas, pero sobre todo de mucha emoción musical. No puedo separar mi trabajo en el archivo de todo ese vínculo anterior. Esta experiencia es como la continuación de todo eso”.
¿Te sentís parte de un linaje musical?
Mirá, por un lado hay una especie de patria grande musical de la que sin dudas me siento parte. Canto desde este lugar, que no es solo Uruguay, sino también es el Río de la Plata, es Sudamérica. Como esta mirada desde abajo, desde el sur. En ese sentido, sin dudas, me siento parte de ese linaje, pero me siento parte porque elijo nutrirme de las músicas que son de acá. Por supuesto, que dentro de las músicas que son de acá hay un abanico muy grande de posibilidades y hay más influencias de algunos, que de otros. Para mí, haber descubierto en algún momento todo lo que pasó acá en los setenta, ya sea el mundo más de Mateo, como de Los que iban cantando, Jorge Lazaroff, o Luis Trochón, que me interesa muchísimo su mundo de la canción, o haber descubierto a Mariana Ingold, que aporta la mirada más desde el candombe, desde lo fresco, fue fundamental. Hay como una especie de cocoa de todas las cosas que nos van influenciando porque nos tocó nacer y crecer en un lugar. Y me siento parte de eso. Me encanta haber crecido en un país con tanta riqueza musical.