Florencia Núñez: Las canciones como un acto de fe

Por Gabriel Plaza // Fotografías: Brian Ojeda.

¿Cómo seguir después de hacer un gran disco? Florencia Núñez arrió las velas después de un álbum conceptual como “Porque todas las quiero cantar”, su homenaje a la canción rochense. Se tomó cuatro años para componer nuevas canciones y editó un álbum sobre el final del 2024, para crear una obra –quizás uno de sus mejores discos hasta la fecha– que es una declaración de amor al oficio de hacer canciones, pero también una celebración del camino recorrido y un recuerdo de sí. De como habitar mejor su presente, una manera de inscribir en piedra aquellas cosas importantes de la vida, cuando pasen los buenos tiempos.

“Fe”, editado por Little Butterfly Records, es un álbum de diez canciones escrito para el futuro, un disco que busca atravesar el tiempo de forma inalterable, un clásico como esos vinilos que escuchó a lo largo de su vida, un puñado de melodías y palabras que no perderán el brillo ni con el paso de los años, ni con la repetición de escucharlas una y otra vez. Un disco como un faro, cuya luz titila y titilará, en medio de la tormenta.

Parada sobre el espíritu de la canción “Lo canté”, un tema que fue distinguido con el Premio Nacional de la Música en 2021 y que revela el estado de ánimo del disco, se estructura la columna vertebral de la última producción de Florencia Núñez: “Creo que sí / creo que hay mucho que celebrar / míralo así / estamos pero podríamos no estar”.

Inspirada en el universo folk de la canción, entre Bob Dylan y la española Christina Rosenvinge, entre el pop rock, el bolero, la rumba, el milongón-vallenato, la balada, amparada por otros faros como Laura Canoura y Jorge Drexler, la primera mujer en ganar un Grafitti a la mejor compositora, mira hacia atrás y canta su oda a las victorias y las caídas, a los viejos romances, a las despedidas, para exorcizar los miedos y dar la bienvenida al amor.

En el álbum grabado en el Elefante Blanco (los estudios de NTVG), Florencia Núñez comparte producción con el músico Guillermo Berta, salvo en dos canciones “Un amor así” y “Bolero principiante”, a cargo de Gustavo Guerrero, el mismo productor del álbum “Musas” de Natalia Lafourcade.

“Fe”, está bordado con elegancia artesanal, desde el arte de tapa, y con un audio para traspasar fronteras. Es muy bueno el ensamble musical que la acompaña –Guillermo Berta (batería), Juan Chaín (bajo), Brian Rojas (guitarra eléctrica y guitarra acústica de doce cuerdas), Santiago Miraglia (teclados), Camila Ferrari y Federico Lima (coros), Agustín Pessolano (percusión)–, que se planta sobre la raíz cancionera para tender un puente con la cultura iberoamericana y la identificación con temáticas universales.

Los homenajes tiñen la atmósfera de varias canciones.

“Las vueltas”, es una pieza musical de concepción pop que comparte con Jorge Drexler y con una intro silbada por el mexicano David Aguilar, que impregna el tema de cierta complicidad con el oyente. El tema suena como un prometedor hit radial, que gira alrededor del estribillo del nombre Lucía, un guiño al compositor Joan Manuel Serrat.

“Gracias muchacha”, tema con versos propios y de Alfredo Le Pera, rinde tributo al acervo guitarrístico y criollo de la pionera Olga Pierri, una amorosa ofrenda a una manera de tocar la milonga en el Uruguay, a una tradición, a un legado y a un sonido que sigue vivo, inspirador de nueva obra presente: “Dueña de mis horas vivas / causa de tantos insomnios / hilas mi vida de veras / como la de tantos otros”, canta y, también, recita Florencia, sobre la base de un folk rock con armónica.

“Traje de luces”, comienza con un leimotiv que cita al “Marinero de luces” de Isabel Pantoja y utiliza los códigos taurinos para reflexionar sobre el tránsito valiente por la vida y construir una épica de lo terrenal, que se acompaña de los arreglos de cuerdas y la dirección musical de Luciano Supervielle.

En ese rastro agridulce que va dejando la vida se traza esta radiografía cancionera en primera y tercera persona. Escribe para ella y para otros. Están los buenos augurios que trae el amor en “Un amor así”. Juega con el rol de aprendiz en la canción “Bolero principiante”, escrita para la maestra Laura Canoura, donde se gradúa de bolerista. Le desea “Buena suerte” a un viejo amor con aires “beatle”, o escribe una carta de despecho en “Millas”, con el detalle sonoro de un teclado fantasmal y un aura musical retro.

En cambio, “El pozo”, está escrita para todos. Esta obra de redención habla de buscar en la profundidad, acompañada, protegida, por los ángeles personales: “mis ojos ven el fondo, aunque el fondo no se muestre”, canta Florencia Núñez acunada por esa melodía con vaivén de río, esos arreglos que van creciendo desde las cuerdas. A medida que la letra habla de cavar de día y noche mientras el corazón aguante, la música asciende y escala en el fraseo de las voces de Florencia y el folklorista argentino Raly Barrionuevo.

“La gloria”, la última canción del disco, es una letra que envidiaría Joaquín Sabina, que le hubiera gustado escribirla a él, una balada que podría sonar junto al “Hallelujah” de Leonard Cohen, una melodía que se mece como un vals eterno, atravesado por la belleza melancólica de un réquiem. Es el final agridulce, perfecto para la despedida.

Este álbum es un nuevo salto de fe de la cantautora, Florencia Núñez. Ella escribe canciones para no olvidar y para que no la olviden.