Por Gabriel Plaza.
“Canto el ayer, canto el hoy, para forjar el mañana”, frasea con decir criollo, Pilar Apesetche, en la milonga “La flor del pago”, un tema que a sus 33 años la define: hace una descripción de las mujeres fuertes de la región, -las charrúas, negras y blancas, que lucharon por la independencia de su país-, y, también, menciona a Mercedes Sosa y Amalia de la Vega. La letra de la canción, en co-autoría con el brasileño Silverio Motta y música de Enzo Fernández, parece el manifiesto temprano de una joven cantora de Tacuarembó, cultora de la música tradicional y fiel representante de una generación de artistas del interior del país, que reivindica su lugar. “Así soy yo”, dice como si identificara en una canción su documento de identidad.
En su muy buen álbum debut La flor de la higuera, Pilar Apesetche registró once canciones donde su vibrato dulce y melancólico envuelve un repertorio criollo de autores como Amalia de la Vega, Aníbal Sampayo y Carlos Di Fulvio junto a composiciones nuevas en parceria con Enzo Fernández, o temas de Ignacio Aldabe, Luis Delfino, Daniel Rosa y su padre Cocorico Apesetche. La edición del disco estuvo a cargo del sello Quenya Music – Uruguay Musical.
“Hay gente que por estar en un festival son más carnavaleros y coquetean con otros estilos. No quiero hacer eso para subirme a un escenario, porque lo que disfruto es lo que hago y ojalá la gente se enamore de esto. En mi disco hay covers, pero no de las canciones que todo el mundo oye. Son canciones buscadas. “La India Cruda”, por ejemplo, es de fines del 1800. Es un rescate cultural. Algún día se me reconocerá o no, por eso, pero me moriré con las botas puestas”, dice Pilar, mezcla de sangre portuguesa y charrúa.
Hay nostalgia en su música, en esa voz que crece en un repertorio criollo que va de la milonga a las chacareras, los gatos, los chamamés, las zambas y chamarritas, con la base de un sonido acústico de guitarras, bombo, piano y acordeón. “Esos son mis gustos musicales. En los escenarios canto hasta un vals que lo hacía Gardel en su etapa criolla, “Rosas de otoño”. Son las cosas que me gustan. Toda antigua, toda nostálgica”, dice la cantora, que ya se presentó en salas como el Teatro Solís, la Sala Zitarrosa y la Sala Corchea.
El folklore parece hecho a medida para su tono medio, intimista. El fraseo criollo dibuja con naturalidad esos paisajes añosos de color sepia con taperas y ranchos: historias de esas mujeres rudas, indias y criollas valientes, estancieros gringos que ocupan las tierras, romances de antaño, cuentos de aparecidos, nanas de abuelas, malos presagios, tormentas que se llevan los malos recuerdos, vivencias de campo, caballitos de madera, jinetes, tropilleros y perfumes de otros tiempos.
“Todo en el disco está por una razón”, dice la joven artista, cantante, compositora y bailarina de danzas nativas.
Pilar Apesetche aparece en la tapa de su primer disco La flor de la higuera, entre un follaje verde, que parece abrazarla. El disco está dedicado a su abuela, Elena Medeiros, una india cruda, como le gusta decirle la cantora, cuyo gesto de ternura era prepararle el dulce de higo que cocinaba a leña en una olla grande. El sabor de esos higos, que cosechaba de la planta en el fondo de su casa, era tan especial que todavía Pilar lo tiene en la memoria de su boca. “Cuando me fui a vivir a Montevideo para estudiar todavía me mandaba encomiendas con esos dulces”, dice.
El título y el concepto estético del álbum no sólo está inspirado en su abuela, sino también en varias leyendas locales que decían que aquel que encontrara la flor del higo, que salía una sola vez en la noche de San Juan Bautista, podía encontrar la felicidad. Esos mitos populares, inspiraron a Pilar para hablar de su relación con su abuela como parte de una alegoría de continuidad y legado familiar. “Por ella es que estoy acá”, dice.
Pilar Apesetche nació en Tacuarembó el 1 de diciembre de 1990. Se crió en Tambores, una pequeña localidad en la serranía, fronteriza con Paysandú, entre milongas de Amalia de la Vega, labores del campo, el chamamé que le gustaba cantar a su padre, las novelas brasileñas y las historias de la rama familiar Medeiros, cuyos antepasados llegaron a Uruguay desde Brasil, en el siglo XIX.
“Medeiros, es un apellido portugués. En un principio era Medeiros de Albuquerque. Cuando pasaron a Uruguay dejaron el Albuquerque. Según me contaron, los Medeiros eran anti esclavistas y en la época de la esclavitud se los perseguía. Huyeron y compraron campos en Uruguay dejando todo lo que tenían allá. Mi bisabuelo ya nació en Uruguay, Todo esto fue antes de 1830”, cuenta, como si estuviera leyendo un relato histórico.
Ella, la mayor de cuatro hermanos, siguió el camino de su padre Cocorico Apesetche cantor profesional y una referencia en la región como líder del grupo La Sinfónica de Tambores, con la que grabó seis discos: una de sus canciones es considerada la canción no oficial del festival La Patria Gaucha de Tacuarembó. “Es música bien bailable de tierra adentro. Rocanrol campero, dice él”, cuenta Pilar.
Incentivada por ese entorno musical, Pilar, escuchaba entre tanta música a Carlos Gardel. “¿Te imaginas una niña escuchando Gardel?”. En la mesita de luz de su casa en Montevideo tiene una foto del Zorzal Criollo que heredó de su abuela. Es un tesoro invaluable de 1930. Está autografiada por el propio cantor, al que le decían El Mudo. “La foto está dedicada a mi bisabuelo José Pedro Medeiros, que era su amigo”, dice.
Pilar empezó a cantar cuando tenía trece años en el patio de su casa con una máquina de karaoke que le compró su madre. Ella fue la primera que se dio cuenta que cantaba bien. En la edición 33 del histórico festival La Patria Gaucha de Tacuarembó, la eligieron La Flor del Pago, un título que la convirtió por un año en una embajadora de la fiesta popular. A los 18, empezó a frecuentar las peñas de Montevideo y tres años después estaba haciendo su debut en un escenario.
“Se organizó una peña a beneficio de un amigo. Con un guitarrista preparamos la “Milonga del aguatero”, una canción que cantaba Libertad Lamarque. Después otra muy vieja, que se la había escuchado a Francis Andreu, “Apología tanguera». Y una del Chaqueño, porque tuve una época que fui muy fan del Chaqueño. Antes de subir tenía pánico escénico. Cuando la gente aplaudió, ya no me quise bajar más”, dice.
Durante un tiempo alternó los estudios con el oficio de cantora. “Era intermitente. Cantaba dos años y dejaba. Seriamente me puse hace cinco años”, dice. Su álbum debut le llevó cuatro años de preparación. Ahora está en su ciudad natal creando las maquetas de un segundo disco, que continúa la línea criolla de su álbum debut con más canciones nuevas. Dice que le gustaría presentar La flor de la higuera cuando se inaugure el Teatro Escayola de Tacuarembó. A lo lejos extraña su región del norte, los dulces de higo de su abuela, la infancia en esa casa de Tambores. Es el destino de todo migrante. En Montevideo está el trabajo y será difícil volver. Por eso, canta. Es una manera de evocar su historia, sus raíces. Es una manera de volver a sentirse cobijada por la sombra de una higuera en el patio de su abuela.