Por Gabriel Plaza // Fotografía de portada: Ignacio García da Rosa // Fotografía en nota: Mariana Cecilio.
Estela Magnone aparece en la pantalla como si estuviera detrás de un vidrio empañado en un día de frío. Es una buena metáfora de como su música, su rostro, su voz, se fue filtrando de una manera velada y misteriosa, sin estridencias, casi como un susurro etéreo y omnipresente, en la canción popular de los últimos cincuenta años. La música de Estela que parece tan volátil como las partículas del amor y tan intensa como la llama de una fogata pegando en el rostro, habla del amor. De encuentros y despedidas. De mujeres de sal y hombres de carbón. De sonidos de sintetizadores, vientos de la rambla, y guitarras. De voces que traen los ecos de las noches de finales de los ochenta en La Barraca. De juegos en el taller de Coriún Aharonián. De intercambios con Eduardo Mateo, Darnachauns, Mauricio Rosencof y Jaime Roos. De cruces con nuevas generaciones como Fabián Marquiso y Florencia Nuñez. De canciones que sobreviven al tiempo.
“Ahora es todo muy efímero, muy ya. Hacés una canción, la grabás y la subís y ya está. A mí me parece que hay que darle tiempo de verdad, no hacer una canción y grabarla la semana que viene. Las canciones tienen que macerar y adquirir vida propia después”, dice Estela Magnone. Es una lección de una maestra. La primera de muchas, que también están en sus discos.
Es un mediodía sereno y frío en el límite entre el barrio Sur y Palermo. Estela Magnone está en su estudio, donde los días de las llamadas puede escuchar el sonido de los tambores. “Soy afortunada de vivir en la calle La Cumparsita como corresponde a un músico”, dice la pianista, cantante y compositora. Es la casa donde vive hace más de veinte años y compone sus canciones en la guitarra. Es una rutina que comparte con su trabajo en el archivo de AGADU.
El jueves se presenta en la Sala Corchea (Soriano 1243), a dúo con Fabián Marquiso, productor de sus trabajos solistas desde Pies pequeños (2012), hasta el álbum de duetos Lazos (2022), donde participaron Laura Canoura, Florencia Nuñez, Ana Prada, Sandra Mihanovich y el rapero Kung Fu Ombijam, entre otros.
Será la última fecha del año en vivo. Quiere dedicarse a delinear lo que será un próximo disco, que fue componiendo y armando en el último tiempo. “Estuve y estoy revisando algunas canciones porque pretendo volver a grabar. Tengo grabaciones caseras con algún mínimo arreglo que siempre guardo para el futuro porque si no tengo canciones para grabar me muero. Siempre tengo que tener alguna canción, sino sería una frustración”, dice.
Nieta del creador de un conservatorio de música, hija de dos directores de coros y orquesta, Estela Magnone es una figura central de la música en Montevideo, desde los años ochenta, cuando apareció con Ni un minuto más de dolor (1983), el primer disco de Travesía junto a Mariana Ingold y Mayra Hugo; y luego se presentó en sociedad como autora con Mujer de sal junto a hombre de carbón (1985), a dúo con Jaime Roos, donde estaba posiblemente una de las canciones más recordadas y más importantes de su repertorio, “Andenes”.
“Me acuerdo perfectamente donde estaba y como me sentía cuando la escribí”, dice Magnone. “Esa canción yo la compuse en el año ’82 y fue la única canción de todas las que compuse que me salió de un tirón la letra y la música sin corregir nada. Se llama Andenes porque para mí un andén es un lugar donde llegan cosas y parten otras. Era una canción de un momento de cambio de amor. Para decirlo de alguna manera, del fin de un amor y el principio del otro”.
En su última producción grabó una nueva versión para el disco Lazos. Fue una decisión que le costó tomar, no porque no quisiera al tema, sino porque había muchas versiones de la canción (una con Travesía, otra con Roos), y le parecían suficientes. “Fabián me insistió tanto que me convenció”. La nueva versión ganó recientemente el premio Graffiti, al mejor video en vivo. Fue grabado en un asado en el fondo de la casa de Marquiso, donde tiene su estudio. “Es como una guitarreada, bien casero. Quedó muy fresco el tema. Está lindo”, dice Estela con esa media sonrisa cautivadora.
Con el músico Fabián Marquiso establecieron una sociedad artística que vuelven a celebrar en este concierto en la Sala Corchea. “Hace más de veinte años que trabajamos juntos con Fabián Marquiso. Primero tocaba conmigo la guitarra, en una época que yo no quería tocar el piano, y solo quería cantar. Después empezamos a hacer cosas juntos, a producir en su estudio en Maldonado. Armamos el proyecto de Villazul y hace un par de años empezamos con este show conjunto con canciones de él y canciones mías, y nos acompañamos mutuamente”, dice Magnone.
Siempre tuviste el piano como instrumento, pero tu sonido de teclados fue muy adelantado para la época y se convirtió en una marca tuya.
Sí, en realidad en el disco solista con Jaime (Roos) hay mucho trabajo de sintetizadores. En aquella época era toda una novedad, porque no había sintetizadores en Uruguay. El sintetizador con el que se grabó ese disco era un Roland 16 que Jaime lo había traído de Europa en el ’84. Era uno de los primeros que aparecía por acá. Era tan caro para nosotros que lo compramos entre cuatro. Me arrepiento de haberlo vendido cuando vino lo digital. Es un sonido diferente. Ese disco tuvo mucho de electrónica para aquella época. A pesar que es un disco con Jaime lo veo casi como mi primer disco solista porque todas las músicas de las canciones las compuse yo y las letras fueron a medias. Cuando se reeditó en vinilo llamó mucho la atención ese sonido medio electrónico. Es atemporal. Podría ser de hoy.
En tu último álbum está el sonido intimista, pero se mantiene ese toque moderno y contemporáneo de tus canciones.
Ahora hay muchas más posibilidades técnicas. Cuando empecé a co-producir los discos con Fabián él empezó a meterse en lo electrónico. Yo aprendí un montón y después, también, empecé a meterme en la producción. Hacemos así. Armo los temas, como lo que llamo el chasis del tema. Después con eso me voy a Maldonado al estudio en su casa, en el medio del bosque, y ahí lo terminamos. Me identifico mucho con ese sonido medio acústico y medio electrónico. Es como una mezcla.
En Lazos, hiciste una retrospectiva de tu historia. ¿Cómo fue eso de mirar para atrás?
Me gustó hacerlo y que hubiera un poco de todo. Además quería incluir esos temas Lado B, que son los temas que no se conocen mucho y de repente a mí me gustan más que otros que son los más conocidos. Ahí me saqué el gusto. Fui eligiendo temas de cada disco, también pensando en los invitados. Fue un poco intuitivo.
¿Tenés una buena convivencia con las canciones más viejas de tu repertorio?
Tengo la suerte que me gustan todas las canciones que hice. No me arrepiento de nada de lo que grabé. Tal vez porque las dejo mucho tiempo a ver si están bien. Soy autocrítica y no soy de los que digo: “que horrible mi primer disco”. Volvería a grabar todo lo que grabé, así.
Participaste de Travesía que fue una agrupación pionera por estar integrada toda por mujeres. ¿Eso a la distancia tomó otra dimensión para vos?
Recién mucho después tomé dimensión. Creo que casi cuando se editó el disco de Travesía en vinilo fue como darme cuenta que sí había sido una cosa sumamente importante. Había muy pocas mujeres haciendo un proyecto así totalmente femenino porque tocábamos todo, los arreglos, las canciones, todo era nuestro. Éramos autosuficientes en Travesía, no había otra cosa igual. Tenía un énfasis en la parte vocal. Era algo muy natural porque las tres cantábamos juntas en coros hacía tiempo. Yo lo escucho y digo cómo se nos ocurrían esas cosas, porque eran bastante originales. Fue un disco importante porque éramos mujeres solas haciendo un proyecto propio. A lo largo de los años te comentan cosas las gurisas jóvenes. Hace poco me contactó una chiquilina que estaban sacando los arreglos del disco para hacerlos idénticos.
Formaste parte de una época donde compartiste música con Mateo, Jaime Roos, Travesía, Las Tres. Es toda una camada muy importante que cimentó la música uruguaya actual. ¿Qué tenía esa generación?
Creo que había experimentación. Mateo ni que hablar. Estar con él era como una escuela de música, donde aprendes todo el tiempo cosas. Y pienso que todo el mundo estaba en esa cosa de “hagamos algo original”. No a propósito, pero era un poco lo que tratábamos de hacer. También había mucho de irnos a ver, encontrarnos en lugares donde tocaba uno y otro, entonces era como una barra. Lo siento así. En el primer aniversario de La Barraca (el boliche de su hermano Daniel), tocamos todos salvo Jaime que estaba afuera. Si ves la foto de la época y miras todos los que están ahí, es como un bastión de la música uruguaya urbana.