Por Mario Varela.
A comienzos de la década de 1980 era muy joven, aún lo soy, pero no tanto.
En esa época vivamos con mi familia en Buenos Aires, que de buenos tenían poco, pero deslumbraban a un montevideano vivir en esa metrópolis tan poblada y diversa.
Familia pobre, grande, de extranjeros, y de izquierda. Obviamente eso último, que junto con lo económico fue lo que nos llevó fuera, no se podía mencionar.
La música era, siempre fue, un estímulo para sobrellevar la distancia y enriquecer el alma, y también, y en especial en esos momentos, una forma de lucha.
Mi viejo, que murió hace tres años, militaba como podía, distribuyendo música de forma clandestina entre muchos compatriotas. Zitarrosa, Los Olimareños, El Sabalero, Viglietti, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Piero, Víctor Jara, Serrat, y tantos otros artistas proscriptos.
Eran otras épocas, de más está decirlo. Era difícil, costoso y poco discreto andar con los viejos LP’s o discos de pasta de aquí para allá. Pero la masificación de los “casetes” democratizó y posibilitó la copia y difusión de la música, recitados, discursos, etc.
Los casetes eran unas cajitas de plástico chinas, cabían en la palma de la mano, con dos rueditas dentro por donde se enrollaba una cinta plana magnética. Las rueditas estaban huecas y dentadas dentro, y por uno de los bordes anchos pasaba la cinta por arriba de una pequeña esponjita, donde se apoyaba una cabeza lectora de un grabador, “walkman” o deck, que eran los equipos para poder escuchar los casetes. Cuando se terminaba de escuchar un lado, había que darlos vuelta para escuchar el otro lado.
Lejos estábamos de las actuales reivindicaciones sobre la protección de los derechos de autor o editoriales. El casete posibilitaba grabar y desgrabar muchas veces una misma cinta, y de esa forma difundir el material prohibido.
En esa época y gracias a los casetes que traía mi viejo y escuchábamos en casa, es que descubrí a Patxi Andión.
Voz profunda, donde confluían la canción social con el amor, la reivindicación con la amistad, y el testimonio más desgarrador del trabajador o la prostituta, con la dulzura del aniversario o la amiga del corazón.
Sus canciones me han acompañado desde entonces, y no solo porque me recuerdan a una época de muchas utopías, de muchas ilusiones, militancia y amistades.
Las canciones, la música o los versos, tienen tantas interpretaciones como oídos que las escuchan. En general uno las siente de acuerdo a las vivencias en la que nos acompañaron. Quizás por eso añoro sus canciones y su voz más que al artista. Quizás por eso nunca fui a verlo en vivo, y eso que estuvo hace poco en la Sala Zitarrosa. No lo sé.
Se fue Patxi Andión, una pena. Nos quedan un montón de canciones que nos seguirán acompañando por siempre. Y me queda, a mi por lo menos, la sensación al escucharlas, que sigo siendo joven, con las mismas ilusiones y utopías, aunque estén ahora más lejanas.
El Zar del oeste, 2019.