Camila Ferrari: De los bordes – Claudio Kleiman

Por Claudio Kleiman.

El grupo vocal Coralinas, dirigido por Carmen Pi, está funcionando también -además de su propia obra- como una plataforma de lanzamiento de nuevas cantantes solistas. Algunos ejemplos son Inés Errandonea, Belén Cuturi, y Camila Ferrari, cantante, compositora, guitarrista y arregladora, quien luego de lanzar un EP en 2021 denominado “Caer”, debuta ahora con su primer álbum solista, “De los bordes”.

Camila ha colaborado con ambas, además de otras compañeras generacionales como Papina De Palma y la argentina Noelia Recalde. Además, ha sido requerida por Daniel Drexler para hacer voces en su último álbum, e integrado otros proyectos como los Dobers. Con todo este bagaje, y un reciente paso por España, Camila llega a su primer álbum, que ella concibió -en estos tiempos de cortes, singles o adelantos- como “un disco para que se escuchara entero”. Es así. Las ocho composiciones propias (más dos piezas breves que funcionan como interludios, “Ahogo” y “Segundo”) que lo integran conforman una obra unitaria, con una continuidad tanto temática como musical.

En lo musical, sus guitarras acústicas conforman la base de la mayoría de las composiciones, enriquecidas en algunos temas con guitarra eléctrica (Daniel Lacuesta), bajo (Nacho Mateu), batería (Diego Morales) y teclados (Felipe Ahunchain).

“Los bordes” a los que hace alusión el título son momentos de transición, finales o nuevos comienzos, relaciones que atraviesan rupturas o impasses, estados en suspensión. Con una simple revisión de los títulos alcanza para percibir este volátil sentimiento: “Un final”, “Aquí no vuela”, “Cae sobre mí”, “Para acordarse”, “Sueño gris”.

Hay un clima onírico que recorre las canciones, entonadas por la voz melodiosa de Camila, que recorre estos estados con frescura, sin dejar que la atrapen el drama o el sentimentalismo. Como en la bella “Aquí no vuela”, donde su diálogo con el tiempo recuerda algunos momentos de Mateo, o en “Cae sobre mí”, donde la expansiva melodía evoca la memoria de un amor a la distancia, a la vez que le permite mostrar su ductilidad vocal. Los elaborados arreglos vocales de “Una vez” remiten a su experiencia en el canto coral, y en “La mitad” se sumerge en un terreno más experimental, junto a Analía Parada, su compañera de coros en la banda de Florencia Núñez.

El final, con “Sueño gris”, encuentra en el sueño la posibilidad de olvidar un amor, y una vez más, su voz sinuosa nos hace creer que todo no puede ser tan malo: “…creo que queda un resto de aquel amor tan fugaz, que se escapó de mis manos, y se fue…”.