Por Gabriel Plaza.
Es de medianoche en Montevideo. El Bar Hispano, en la esquina de San José y Rio Negro, uno de los cafés montevideanos de la época dorada de los años cincuenta, bulle en su interior. En una mesa larga sobre la vereda, Raúl Castro, ex jugador de basquetbol, publicista, letrista y creador de la murga Falta y Resto (la que nació para “voltear una dictadura”), está comiendo una porción de muzzarella. Este año cambió los tablados del carnaval por un escenario en el centro de la avenida 18 de julio con un espectáculo donde estrenó una nueva propuesta artística con su murga de cámara: coro de tres voces, batería de murga -bombo, platillo, redoblante-, contrabajo, guitarra, piano y bandoneón. Una veta solista que quiere seguir explorando junto a esta formación. “Estoy trabajando en doce o trece nuevos temas para la temporada que viene”, dice el compositor.
Es un tiempo de retrospectivas. Como su hermano musical Jaime Roos, el compositor Tintabrava Castro, también estuvo recorriendo con su último espectáculo medio siglo de vida artística, en un tour de force, por la memoria personal y emotiva de un país, una historia atravesada por exilios, regresos, saludos, cuplés, retiradas y letras que son hitos culturales: “La hermana de la coneja”, “La gente”, “Cuando juega Uruguay”, y “Elena”, que habla de la maestra desaparecida por la dictadura militar uruguaya, cuyo nombre todavía se puede ver en las pintadas en el barrio Sur de Montevideo.
Las ocho funciones en la sala Zitarrosa, quedaron registradas en una muy buena calidad de audio para editar un disco en vivo, que saldrá en el mes de setiembre. Será el primer disco de Tintabrava y el Bandón Murguero, con una selección de las mejores canciones y los textos que están en su último espectáculo. La presentación oficial del disco ya tiene fecha. Se realizará el 8 de setiembre en el emblemático Teatro El Galpón de Montevideo. Después junto al Bandón Murguero, saldrá de gira entre octubre y noviembre, para recorrer el sur argentino.
Mientras cae la noche Raúl Castro, que lleva una musculosa con la frase “la revolución se hace cantando”, toma unos tragos largos de refresco, y se entrega a esta charla, cerca del cordón de la vereda, rodeado por esa escenografía urbana que siempre formó parte del corazón de sus letras.
¿Sos un autor prolífico o sos un autor de tiempos lentos?
Me levanto, preparo el mate y me siento a escribir. Es lo primero que hago en el día. Escribir lo que sentí la noche anterior, lo que estoy sintiendo ahí en ese momento, o lo que viví. A veces llegan a canciones, a cuentos, o simplemente a llenar esa carpeta verde donde tengo guardadas un montón de cosas y voy sacando de ahí para musicalizar. Escribir, es lo que más me gusta hacer.
Jaime Roos con quién compusiste varias canciones habla de la mística del mostrador. Esa cultura está muy presente en tus canciones y en tu vida.
Yo soy de la época que los lugares de reunión y de participación generacional eran el deporte y los boliches. El mostrador es el altar en donde uno se confiesa y el bolichero es el cura. A veces el vino es el mismo cáliz. A partir de ahí creas tu vida. Entonces te acordás de momentos y confesiones. Por eso, el mostrador es tan importante para un letrista. Por las confesiones. Es un hito, un lugar importante de mi vida, a pesar de que nunca fui alcohólico. He visto pasar alrededor mío muchos vicios, algunos he probado, otros no, pero nunca me sentí atado ni esclavo. Porque el alcohol puede pasar de ser un buen amigo, a ser el peor enemigo. Hay que saberlo distinguir. Cuando está pasando a ser enemigo hay que apartarlo, como todos los vicios.
Hay otra cosa muy presente en tus letras que es la nostalgia de las despedidas.
Y claro, lo que pasa que el género murga es el único de la historia que se retira con una tristeza, con una melancolía, con una nostalgia, diciéndole adiós a la gente mientras se va repitiendo que volverá. Es una cosa muy romántica. Por eso, los letristas siempre decimos que la despedida tiene que ser aquello que tenga la suficiente dosis de ternura, nostalgia y amor para quedar ahí prendidita en el corazón del barrio. Algún señor que la silbe, una señora que se quedó con una estrofa, un gurí que la cante. Es el ansia de permanencia, de eternidad.
Hay muchas despedidas de murga que escribiste que quedaron en la memoria musical de Uruguay. ¿Algunas de esas es tu preferida?
Todas tienen su momento. Cada una tiene un aroma diferente. Es como decir cual de mis seis hijos es el que más quiero. Es imposible
¿Pero sí te marcaron otras despedidas a vos?
Sí, la despedida de “Los pájaros” de Los Asaltantes con Patentes del año 61. Carlitos Souto es el autor. Una maravilla
¿Por qué te marcó?
Porque era la que le gustaba a mi padre. La cantábamos juntos siempre.
¿Qué tenés de tu padre y tu madre en tu forma de ser?
Canalizo en Tintabrava toda la cosa atrevida de mi madre. A ella no le importaba decir lo que pensaba en cualquier momento y en cualquier situación. Era tremenda. El Flaco Castro es más parecido a mi padre, cortés, caballero, bajo perfil y con sentido común. Con el tiempo me di cuenta que muchas de las cosas que decía tenía razón. Uno va madurando. En algunas cosas creés menos y en otras que pensabas que no creías te das cuenta que son las que van rigiendo tu vida: la familia, los hijos, las cotidianeidades, son las cosas más importantes. Eso mi padre lo tenía mucho, disfrutar lo cotidiano. Lo de todos los días.
Como letrista de murga sabes que no podés quedar bien con nadie, que siempre tenés que criticar las cosas que pasan.
Es muy difícil porque tenés que tratar de criticar desde afuera. Se trata de no traicionar tu línea editorial, pero eso significa ser un apatria partidariamente. Estar lo suficientemente picante como para decirle al vecino, al que tenés al lado y está luchando contigo: “Mirá que estás haciendo esto mal”. Y si te dice: “¿Vos quién sos?”. Le decís: “Soy letrista de murga.”. No solo puedo sino que debo. Es un lindo lugar. A veces es medio angustiante porque no te sale todo eso que querés decir pero de repente te sale una letra y es casi orgásmico.
¿Qué pasa cuando escuchás alguien que canta una letra tuya en lo cotidiano?
Es un premio.
¿Por qué pensás que caló tanto la murga uruguaya en Buenos Aires?
Creo que culturalmente hablamos el mismo idioma. El barrio, la gente, el olor a choripán, lo popular.
Hay cierta épica de lo popular que te interesa como artista.
Y sí. Hay que tener ambiciones para pretender que te aprecien los que tienen un tipo de información que los que tienen otro tipo de información. No hablo de cultura que la tienen todos, sino que todos te entiendan y cobijen al mismo tiempo. No hay cuento. De eso se trata lo popular. Hay que caminar por ahí. Es esa carretera.
¿Todavía disfrutás de las giras?
Las amo. Me divierte pila. Hay una conexión muy zarpada con los compañeros. El viaje está bueno y más cuando estás tocando. Es una cosa increíble. Lo que paso en cada toque se refleja en el viaje y lo que pasa en el viaje se refleja en los toques. Yo lo amo. No me cansa. Forma parte de la actuación. Cuando te vas de gira es un paréntesis de la realidad cotidiana. Es pasar a ser otra cosa, otro tipo, es una cosa muy loca. No te preocupas nada más que de cantar, comer, dormir, descansar un poco, charlar con la gente y listo. Se te va todo. Todo el mundo tendría que salir un poco de gira. El rock movie de la vida.
¿Y estar en los tablados?
Andar en la bañadera, es igual. Uno ama actuar. Es el desafío y los nervios de siempre, porque mantenerse es más difícil que llegar.