No hay quien pare la música

Por Carlos Dopico.

Del confinamiento al mundo

Una de las mayores interrogantes en el mundo artístico tras los efectos primarios de esta pandemia está relacionada, por supuesto, con su impacto sobre la industria musical. La cancelación de presentaciones en vivo, la paralización casi absoluta de la actividad, el cese de una enorme cantidad de puestos de trabajo y la detención de todo el cronograma de comercialización global -giras, ediciones, y hasta ceremonias de premiación- disparó las alarmas. Sin embargo, a nadie se le ocurrió pensar que esta crisis sanitaria mundial, más allá del recomendado uso de tapabocas, podría amordazar a quienes componen o desatar un agujero negro musical.

En una reciente entrevista de la agencia de noticias Telam, el músico y productor argentino Gustavo Santaolalla advirtió que “la música siempre experimentó cambios”, y subrayó que “lo más importante es la conexión que un artista establece con la gente. Los sistemas de distribución y negocios se adaptarán a la necesidad que la gente tiene de acercarse a lo que ese artista hace”. Ahí hay una clave fundamental para perder el miedo, sin sentarse a esperar. Es el aparato industrial el que está en problemas y no el artista, más allá del ahogo económico que por un tiempo le toque atravesar. Los sistemas se adaptarán y la música, esa intangible expresión milenaria, de una u otra forma se hará escuchar.

Desde que estalló la pandemia del Covid 19 y se activaron las medidas de aislamiento social, decenas de artistas del mundo –Jorge Drexler fue uno de los primeros- comenzaron a manifestar por la red la incontenible necesidad de tocar. Con recitales espontáneos, televisados; desde salas vacías o espacios íntimos del hogar hasta en pequeños conciertos de figuras globales reunidas en torno a un mega festival: todos han buscado mantener el pulso y sostener la llama. Hasta ahora, el rédito económico que se ha podido obtener por esa actividad es errático y dispar, pero desde el día “uno” de esta pandemia la música ha roto el confinamiento de quedarse en el hogar. De un balcón al otro, en un show por streaming o en un mini recital: se ha filtrado por cada hendija de este encierro global. No sólo no se ha detenido sino que seguramente jamás lo hará.

Por varios meses se avizora un cambio radical en el comportamiento social, provocando pérdidas millonarias al sector industrial, pero estoy seguro de que los creadores siguen componiendo sin parar. Las crisis económicas, los enfrentamientos bélicos, los procesos dictatoriales o los padecimientos raciales han sido instancias de trascendente producción cultural. La fuerte sacudida social siempre ha estado ligada tanto a la aguda observación como a la interpretación más conmovedora o a la expresión visceral.

Ejemplos hay miles. Desde “Manifiesto”, que le costara la vida al chileno Víctor Jara, el grito sufrido «London Calling” de los británicos The Clash, “Working Class Hero”, de John Lennon después de Los Beatles, “Factory” de Bruce Sprignsteen, una crónica aguda de la dura rutina laboral, la confrontativa “Know your enemy” de Rage Against The Machine, la instrumental e inquieta “Acknowledgement”, de John Coltrane, “All along the Watchtower” de Bob Dylan, que Jimi Hendrix hizo explotar, “Strange Fruit”, en la que la norteamericana Billie Holiday batalla por los derechos civiles de su comunidad, “Los Dinosaurios” de Charly García, “Santa Rosa” de la Trampa, a causa del exilio por la crisis económica local, o las “contracanciones” que en “Guitarra Negra” expuso Alfredo Zitarrosa, por acá, a fines de los 70.

Este confinamiento y replanteo impuesto del proceso habitual traerá consigo un nuevo sistema de negocio pero no un empobrecimiento de la producción cultural. No hay manera de cortar la cadena, no hay descartes que tirar, no hay cómo detener lo incontenible del divino arte de crear. Pero es claro que habrá cambios. Según algunos cálculos incomprobables que circularon estos días, cada año asisten a festivales y conciertos alrededor de 2 mil millones de personas, es decir, la tercera parte de la población mundial. Tal vez pase mucho tiempo hasta que volvamos a asistir en colectivo a una experiencia musical en vivo tal como las conocemos, pero no habrá un paréntesis hasta el final. Ya comenzaron otras formas, otras posibilidades, y el atractivo desafío de buscar cómo y a quiénes llegar.

Hoy en día es muy simple y accesible alcanzar un registro de calidad. Una PC, una tarjeta de sonido y algún instrumento son suficientes para autograbarse sin salir del hogar. En este contexto, es probable que resurja la manufactura o la autofactura, el famoso “do it yourself”, la forma más elemental de la industria. También es presumible que muchos músicos comiencen, además, a trabajar en solitario, e incluso que empiecen a componer quienes todavía no lo habían experimentado, y a publicar de forma independiente tirando su botella en el mar de la oportunidad. 

¡Que siga la música! La industria viene detrás.

Foto: Marcelo E. Pinto