Melaní Luraschi: una voz acunada por el viento sur

Por Gabriel Plaza.

Esa voz podría ser la voz acunada por el rumor del mar de las playas de Maldonado. Esa voz podría ser la que sigue por la huella de la canción folklórica del Olimar. Esa voz podría ser la voz de una calle de Montevideo, París o Cerro Colorado. Es una voz que viaja sobre las cuerdas de una guitarra cosmopolita y nómade. Una voz que cuenta, también la historia de los que migraron por América Latina, los exiliados y los que se quedaron en el camino. Es la voz de su abuelo Sócrates, periodista ilustrado, militante del partido comunista que estuvo en la asunción de Allende y conocía al Che Guevara, y fue preso político durante la dictadura militar. Es la voz de Elbio, su padre, un pintor de casas, y Estela, una madre masajista, que no tuvieron relación con el arte. Es la voz que está en todos lados y en ninguna parte. La voz que cantó en Villazul y que grabó junto a Eduardo Larbanois, su padre musical.

A los 30 años, Melaní Luraschi, cantante, compositora, poeta uruguaya, con tres discos editados – “Canto ancestral” (2015), “Lumbral” (2018) y “Je suis Nenette” (2024)- es un viento que va y vuelve, buscando el sur de la distancia.

Es de noche en Barcelona. Acaba de regresar de un encuentro de música de raíz en las afueras de la ciudad, que empezó con el sol y terminó a la mañana del día siguiente. En unos días viaja a las afueras de París para una residencia artística con una directora argentina para la creación de una obra sobre los exiliados, inspirada en la historia de su abuelo, preso político de la última dictadura uruguaya. Luego continuará sus estudios de etnomusicología en Francia, que empezó sin saber nada del idioma. A fin de noviembre regresa a Montevideo para cantar en el festival Música de la Tierra, entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre, en el Teatro Solís.

Con su último proyecto “Je suis Nenette” unió su historia con la de Atahualpa Yupanqui, el músico argentino prendido a la magia de los caminos. Ella, de alguna manera, sigue la estela de esa huella musical que la llevó desde París hasta la casa de Yupanqui en Cerro Colorado, para grabar las canciones de “Je suis Nenette”.En esa casa rodeada por cerros y arroyos, donde descansan las cenizas del gran trovador folklórico, estuvo unas tres semanas. Allí, Yupanqui vivió con Nenette, su esposa, pianista y compositora francesa, que firmaba con el seudónimo Pablo del Cerro: la mujer en las sombras que compuso con Yupanqui la música de obras eternas como “Luna tucumana” y “Guitarra dímelo tú”, grabada por Mercedes Sosa.

“Soy el mito, el misterio, el silencio y la desaparición, las cartas sin fecha, sin nombre, la no nombrada aquí estoy”, canta Melaní Luraschi en los primeros versos del disco. Una canción que abre ese campo mitológico sobre la figura de Antoinette Paule Pepin-Fitzpatrick, mujer de Yupanqui, madre del Kolla Chavero. Entre la milonga y la canción, la compositora va creando un paisaje onírico alrededor de esa historia de amor. Las ocho obras se registraron en la casa de Cerro Colorado (Córdoba) y el álbum tiene un sonido austero: con pocos instrumentos -guitarra, teclado y bombo- la cancionista recrea una mapa sonoro, entre telúrico y cosmopolita, atravesado por la atmósfera de ese lugar de quebradas y cerros, donde se aquerenciaron Yupanqui, paisano nacido en la provincia de Buenos Aires, conocedor de la milonga, y Nenette, mujer de estudios clásicos, nacida en Francia.

El proyecto “Je suis Nenette” le sucedió como le suceden muchas cosas, por fruto del destino. “Estaba en Paris cuando dos profesores de la UBA que hacen un seminario llamado Música y Geografía me invitan a hacer una investigación sobre Nenette. Ellos no sabían que estaba en Francia y en realidad eso le dio un plus increíble al proyecto porque claro, en sí, la historia tiene que ver muchísimo con París, porque Atahualpa le escribía sus cartas a Nenette, que era francesa mientras él estaba de gira en París y ella estaba en Cerro Colorado. Por eso, todo se volvió muy mágico. Inclusive cuando ellos me escriben, a la semana me voy a la casa de unos amigos argentinos en París y veo que estaba el libro de cartas a Nenette del periodista Víctor Pintos. De pronto, imaginate yo estaba en París leyendo esas cartas que Yupanqui le mandaba a Nenette y él nombraba lugares que después yo los iba a ver. Y también tuve la otra experiencia cuando fui a Cerro Colorado y vi lo que pasaba en ese lugar. Fue increíble”, dice Melaní, por zoom desde Barcelona.

Tomando un poco de distancia del proyecto ¿qué te dejó esa experiencia grabando en el Cerro Colorado?

Es un proyecto que para mí no terminó. Lo voy a seguir difundiendo porque para mí es súper interesante lo que se dio y tiene una pata educativa. Además más allá del formato concierto, quiero hacer más como conversatorios, donde cuente todas las cosas que surgieron de las canciones, pasar el documental que registró el proceso en Cerro Colorado y contar más sobre Nenette y mantener el espíritu del proyecto que se trata de contar esta historia de esta mujer con mucho respeto porque sé que también es complejo todo el mundo Atahualpa Yupanqui. Lo que quise hacer fue plantearme componer canciones a partir de las cosas que fui escuchando y todas las historias que me fueron relatando fuentes del lugar, como su nieta. Cuando llegué a la casa museo estaba el Kolla Chavero (hijo de Atahualpa y Nenette). El nos recibió y le pedí montar el estudio móvil en la cocina de la casa de Atahualpa y Nenette.

¿Cómo era tu rutina en Cerro Colorado?

Me propuse grabar ocho canciones. Así arranqué el primer día a componer y grabar. Los días sucesivos tenía la misma rutina. Me levantaba, leía algunas cosas, salía a caminar por Agua Escondida y escribía. Todas las mañanas estaba muy concentrada sólo en eso. Después al mediodía llegaban los chicos Agus y Dani (profesores de la UBA), que me acompañaban y les contaba lo que había compuesto. No sabía lo que me iba ir pasando, no me quería exigir tampoco. Yo lo grabé pensando que eso no iba a ser un disco, sino un demo. Pero a medida que iban pasando los días los temas iban quedando y nos dimos cuenta que podía ser un disco perfectamente, que registrara eso que salió en el momento. La canción es una canción por día. Hubo un momento en que nos tomamos unos días libres, pero después cuando volví compuse el resto. Para mí, es como una foto analógica del momento porque nunca iba a poder reproducir en un estudio ese ambiente de pájaros y cerros. Por eso, quedó así.

¿Qué conexión tenías con la música de Yupanqui?

Siempre había escuchado la música de Yupanqui pero capaz que no con tanta atención. Muchos temas inclusive los cantaba, pero lo que me pasó ahora investigando más me di cuenta que una parte mía se siente muy identificada con eso del Yupanqui que es un trovador que viaja y comparte sus experiencias alrededor del mundo. Eso es lo que vengo haciendo desde siempre y naturalmente. A diferencia de otros cantores como Zitarrosa, con el que también me identifico mucho en algunos aspectos, pero en mí es más natural esto de Atahualpa, de ir por los pueblos, compartir la música y aprender cosas de otros lugares. De hecho, la canción  “Los hermanos” la siento cercana, por esa cantidad de personas que voy conociendo y que realmente siento como una red gigante. Al final, vas viajando y vas conociendo personas que te conectan con otras personas y muchas terminan siendo personas que son tu familia acá afuera.

Una característica tuya es que sos nómade, un poco como tu música.

Se dio naturalmente desde chica. Nací en Maldonado y empecé a cantar prácticamente al lado del mar, porque mi modo de conectar con la música era ese. Me iba a la playa y estaba con la guitarra y cantaba. Tomaba clases con Fabián Marquisio, que era todo un personaje. Tenía quince años y él siempre me decía que tenía que estudiar guitarra para ser independiente y que viajara por Latinoamérica. Me insistió tanto que a los 20 años hice mi primer viaje y estuve ocho meses recorriendo todo el continente. Ahí fue palpitar la música latinoamericana y también lo que es el viajar, ser migrante y estar inmerso en otras culturas. Es algo que siempre me gustó mucho, inclusive ahora que me vine a instalar a París, me van surgiendo cosas que me invitan a moverme, como lo que hice en Argentina con el proyecto de Nenette. Siempre soñé con hacer esto con la música.