Por Gabriel Plaza.
En un video que compartió la periodista Belén Fourment de El País se puede ver al cantante de Eté & Los Problems, cantando su himno “Jordan”, bajando y subiendo frenéticamente el brazo sobre la guitarra eléctrica, descargando la furia al ritmo de esa melodía ominosa que cubre su obra, como si en ello le fuera la vida. Apiñados frente al escenario los chicos y las chicas saltan. No es un salto de alegría, sino de cierta desesperación, se trata de atrapar el instante fugaz, porque ese instante desaparecerá y, por eso, la angustia vendrá después de que termine la canción. Pero, mientras tanto, todos ellos, apiñados frente al escenario al aire libre, donde está tocando esta noche Eté & Los Problems, sienten que esa música es como el faro que ilumina desde la costa, y que anuncia que la nave está a punto de estrellarse contra los acantilados. Que termina una época, que esa época no volverá y que empezará algo distinto, incierto.
Es fácil imaginarse a esos mismos chicos gritando, mientras suena el estribillo ahogado de “Las palomas”, elegida la canción que ganó recientemente un Premio Graffiti y que fue el mascarón de proa del disco “Plata”, un álbum que fue otro punto de quiebre en la banda y que tuvo a Ernesto Tabárez, al punto del nocaut vocal. Es un disco que grabó con la garganta rota, a punto de quedarse mudo. Y entonces cuando canta en este disco, Tabárez suena desesperado, porque no sabe cómo seguir, no sabe cómo seguirá la historia y como seguirá este disco ni su vida si no puede cantar, pero sigue. Su voz es como el rugido de una ola que va directo a golpearse contra las rocas. Por eso, su grito suena ronco, suena ahogado y catártico con un leve dejo de esperanza hacia el final del estribillo, cuando dice: “No volvieron las palomas / que soltamos ese día”, una cita al pasaje bíblico de Noé, cuando soltó palomas después de la inundación para saber si las aguas habían bajado.
La sensación de lo último que se va a realizar en la vida, parece respirar en el cuerpo de las canciones de “Plata”, el quinto disco de la banda. Es un disco que habla de finales con la vista puesta en la bruma del río, o en el sonido del viento que anuncia el temporal. Es un disco con una carga épica y emocional, desde lo instrumental, los coros, las letras, los estribillos, porque los finales siempre son monumentales, tristes y melancólicos. Es un disco para marineros que necesitan de amuletos para sobrevivir y le rezan a la virgen. Es un disco para valientes, que saben que van a ser derrotados por el destino y por las fuerzas de la naturaleza y siguen adelante. Es un disco que suena a requiem por los caídos en el camino. Y es un disco que suena a plegaria de amor a los exploradores, y un disco de despedida para los que se quedaron en tierra.
“Plata”, es un disco editado por Little Butterfly Records, grabado entre Buenos Aires y Playa Hermosa, producido por el tándem de Ale Vázquez y Sebastián Teysera, con once canciones, cocinadas a fuego lento con los restos del naufragio, aquellos que quedan regados por la playa después del Maelstrom, y que permiten escuchar/ver cual fue aquella vida que respiraron esas canciones hasta el final. Es uno de esos discos con melodías de acordes menores, que se quedan adheridas a la piel como el salitre del mar.
Las guitarras poderosas –acústicas, eléctricas–, construyen el espesor post-punk y la arquitectura musical de esta nave, que flota sobre los teclados melancólicos, a veces luminosos de Bárbara Jocin, que puede equilibrar o relativizar el peso dramático, descarnado y existencial de esa voz de Tabárez que reverbera como un tango maldito escrito por Darno, en canciones como “Ay amor”.
Diferente es el clima que la banda encuentra en “Hijos del mar”, donde la colaboración con Sebastián Teysera de La Vela Puerca da forma a una canción pop cubierta por el efecto brillante y agudo de una mandolina y ese tipo de letras que buscan la complicidad de la media sonrisa que provoca una polaroid antigua de los tiempos de la adolescencia.
“Arayiyo”, con ese pulso pesado, cansado y constante de la batería, el fraseo lento de la voz de Tabárez, casi como somnolienta, noctámbula, crea el efecto de la añoranza, la resaca de un momento que termina, una botella lanzada al mar, una carta de amor que se quema. La tríada de canciones del final –“Santa María”, “Espuma”, “Las Nubes”, con ese sonido de gaita escocesa–, suena como el mensaje de bienaventuranza, el final de la aventura, que tiene cierta melancolía, el regreso al puerto, a ser otra vez, marineros en tierra.
No es novedad, que Eté & los Problems, fue una de las apariciones más significativas en el rock ríoplantense, desde su debut discográfico con “Malditos banquetes” en 2007. Después el tiempo los puso en otro lado. El álbum “El éxodo”, elegido por el diario El País como uno de los mejores discos de la década, los confirmó como una de las grandes bandas de la escena uruguaya. Este álbum, trepa a otro estadío, donde Tabaréz y los suyos, definieron un estilo, y donde ya no necesitan demostrar nada, porque con cada canción, están haciendo historia.