Continúa el ciclo Mydmus: Martina Pérez y Mari Correa se presentaron en la Sala Corchea

Por Florencia Nichele.

Martina Pérez subió al escenario de la Sala Corchea ante un público que se sorprendió por su aparición; con un tímido “hola” tomó su guitarra y se acomodó en el suelo para cantar:

“Buenas noches, muchas gracias por venir a todos, vine a cantar algunas canciones en este ciclo hermoso de Mydmus”, fue lo primero que dijo.

Con guitarra y voz como único instrumento, repasó covers dolidos como “Good luck baby” de Chappell Roan y “Happier than ever” de la cantante Billy Eilish con la que recibió una ovación por parte del público luego de finalizada su interpretación.

En el medio de su show cantó dos canciones suyas, con una voz casi angelical: “Karma” y “Enero gris”, esta última la dejó bastante ”sentida”, ya que en sus propias palabras es una canción de la que le cuesta recomponerse porque dice recordar “cada momento de la composición y cómo me sentía”.

Tímida ante un público que declaró no ver por las luces, contó que preparó 30 canciones que tenía anotadas en su libreta: “Me puse nerviosa y voy a cambiar, por eso tengo otras para elegir; vayamos para atrás, ¿vieron que hay un gato que se llama Corchea acá?”, bromeó, porque anteriormente había comentado su sorpresa porque el nombre de la sala fuera por aquel animal, a lo que el público se rió y como respuesta ella les dijo “este es un show de stand up y música”.

Luego, interpretó otra de sus canciones titulada “Estoy acá” que habla de ser consciente del lugar que ocupa en el mundo.

Para el bis, cantó la última canción de su autoría que compuso recientemente “Let me be yours” y cerró con “11 y 6” de Fito Páez que los presentes cantaron en el estribillo final y la joven respondió contenta: “Increíble, que lindo sonó, hay armonías en el público, me encantó”. Agradeció al ciclo y advirtió que éste continuará hasta fin de año y así dejó el escenario.

Más tarde en ese reducido y oscuro espacio, llegó el turno de Mari Correa que apareció desde el final de la sala hablándole al público hasta que llegó al escenario en el que hacia el centro había una mesita de madera con elementos varios, que simulan objetos en una casa, pero son en realidad instrumentos de otros tiempos, que volvieron a la vida, a las raíces durante esta interpretación, algunos de ellos representan a los indígenas, como el kullkull o mejor conocido “cuerno”, las chajchas o las claves, que generaban sonidos como los de la lluvia, los pájaros y algún otro sonido difícil de definir. También participaron la flauta que fue tocada por Julia Nudelman Medina, un bombo más allá, una armónica y bongoes que fueron tocados por Ric Gómez entre tantos otros. El espacio estaba decorado para la ocasión: pompones de colores colgaban de los micrófonos, había una alfombra en el centro, una silla con un pequeño mueble detrás que sostenía una radio vieja de gran tamaño similar a las de la década de los 50, una silla de madera delante y varias plantas anunciaban que allí habría vida.

Correa contaba uno de los tantos cuentos que contaría aquella noche, pero para iniciar contó su historia: En 2020, días antes de que la Covid-19 lo tomara todo, decidió irse a México, “en mi mochila llevaba un sinfín de abrazos de despedida, un pasaje de avión solo de ida y un sueño repleto de incertidumbre; el plan era recorrer por tierra América Latina” pero ante las adversidades, dijo que el mundo “se paró de repente y con él también mi viaje”. Eligió quedarse en México, se compró una guitarra y se abrió a absorber lo que ese país tuviera para brindarle. Contó a continuación lo que le pasó en el tiempo que estuvo allí: “En un símbolo de gratitud se me ocurrió intercambiar y para eso dibujé un cuadro sobre Uruguay, pero un cuadro original o poco común. Las pinceladas las hice con historias del país y los colores se lo dieron las canciones de la música popular uruguaya”. Así fue que todos los presentes recibieron un boleto de viaje en avión realizado por la artista para acompañarla en ese viaje de contemplación por el Uruguay.

Repasó entonces distintos acontecimientos que marcaron la historia latinoamericana, como lo fue el colonialismo por parte de los españoles, que acabaron apropiándose de las tierras que inicialmente le pertenecían a los indígenas -una historia que de manera similar, atravesó Uruguay-, así lo contaba Correa: “El 11 de abril de 1831 estando bien fresquita la impresión de la primera Constitución Nacional y electo el primer presidente, los principales caciques charrúa junto a sus familias fueron asesinados a las velas del arroyo Salsipuedes. Y como uruguaya siento que es una deuda que mi país tiene con esos colectivos que aún permean de nuestra sociedad y que a veces no los queremos ver. De a poquito se hacen notar; deseo fervientemente para ellos que puedan encontrar lo que sus antepasados no pudieron: un lugar en nuestra sociedad”, reflexionó.

Para presentar “Mandolín” de El Príncipe, que el público cantó a tímidas voces, contó la historia de amor de sus padres, que comenzó en 1974, cuando él la vió a ella y tras una semana empezaron su historia que Correa dijo, hizo posible su propia historia.

La artista posicionó a su público otra vez en un pasado que persiste, les habló de Ciudad Vieja y de un señor que los invitaba a su living para cantar: “Estoy de acuerdo con Cabrera, cuando algo es verdadero no existe el tiempo”, dijo y comenzó una versión notablemente variada por sus instrumentos y su tonalidad alegre, de “El tiempo está después”. Ya hacia el final, Correa llevó a los presentes al Montevideo del 900, en el que una Delmira Agustini que con 17 años y sin haber asistido a la escuela, tuvo una educación tal que le permitió publicar a esa edad su ópera prima: el libro blanco, muy resonado en la época por su carga femenina y erótica, del que la artista eligió leer uno de sus poemas, “El intruso”:

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
Cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
Luego, la puerta abierta sobre la sombra helante
Tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
Bebieron en mi copa tus labios de frescura,
Y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
Me encantó tu descaro y adoré tu locura.

¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
Y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera!

Y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
Y bendigo la noche sollozante y oscura
¡Que floreció en mi vida tu boca tempranera!

Luego de leer el poema y agradecer por el cambio que sus escritos generaron en ella y otras lectoras, comentó la historia del femicidio de la poetisa a sus 27 años en manos de un ex marido y reflexionó en base al hecho sobre nuestro presente: “Esto es una prueba de que los problemas que tenemos hoy no son solamente de hoy. Pero hay una diferencia sustancial entre el pasado y el presente y es esto que se genera. Cada vez que recordamos esta historia. Hoy la violencia de género tiene nombre, hoy la señalamos, la luchamos y la batallamos.”

“A Delmira le conocemos el nombre, toda su obra la disfrutamos y gozamos, pero yo me pregunto de cuántas hermanas y disidencias han pasado por la misma violencia y no sabemos ni cómo se llamaron ni quiénes fueron ni quienes quisieron ser”, dijo y agregó que ese momento fue un tributo para todas ellas y de esta forma introdujo “Soy pecadora” de Ana Prada.

Para cerrar, los músicos interpretaron “La comparsa silenciosa” de Larbanois y Carrero en la que pidieron a los presentes que tocaran en clave y al finalizar la cantante les dijo: “Hicimos una gran comparsa”, a modo de aprobación. El público pidió una más y como a sabiendas de ello, Correa invitó al escenario a Pérez para interpretar “Río de los pájaros pintados”, de Aníbal Sampayo que anunció prepararon porque la primera artista “es de otra generación”, explicó Correa y agregó que “este es un himno, le dije a Marti y acepto la treta; fue preparada para que la cantemos todos. Gracias a Mydmus, a ustedes que sin ustedes no sería posible por la energía de ustedes”, enfatizó y luego de algunas fotos que intercambiaron entre todos terminó el show y el escenario quedó nuevamente vacío, pero cargado de una energía de otro tiempo que arraigó a nuestras tierras.