Festival Uruguay Nomá: Una noche de Montevideo en Buenos Aires

Por Gabriel Plaza.

El Festival Uruguay Nomá, del pasado 24 de mayo, en Niceto Club, un epicentro de música porteña –por allí pasan las nuevas escenas y también artistas internacionales–, reunió a cinco propuestas uruguayas que buscaron sembrar la semilla de un próximo desembarco musical en Buenos Aires. Se trata de ampliar la oferta de una escena oriental más diversa y de hacerla circular en la capital porteña para que sean muchos más los proyectos que cruzan el charco.

Juan Mariño representó la fusión con el candombe; Papina de Palma levantó la bandera de la canción; Milongas Extremas recordó al Pepe Mújica con “Adagio a mi país” de Zitarrosa; Cuatro Pesos de Propina gritó “Mi revolución”; y la gloriosa Tabaré hizo rocanrol junto a todos ellos en el final del festival Uruguay Nomá: la postal de un encuentro lejos y cerca de casa.

En esta primera edición del festival quedó demostrado que el Río de la Plata no separa, sino que es un puente de unión, una cultura rockera que se comparte, el rastro de un tango que abre una herida en el corazón, una manera de sufrir las mismas dictaduras, una manera de ser iguales y diferentes.

Desde las seis de la tarde el club de Palermo se fue llenando de un público curioso y otro muy identificado con la música uruguaya. Muchos de estos artistas que vienen tocando en Buenos Aires crearon un territorio de canciones que empezaron a circular entre los porteños como “Supersticioso” de Papina de Palma, “Alero” de Milongas Extremas, “Naúfrago” de Cuatro Pesos de Propina, o “Perdón el cuestionario” de La Tabaré.

No solo los uruguayos se acercaron para sentirse más cerca de su país, sino los fans locales de cada banda aprovecharon el formato festivalero para escuchar un buen mapeo musical de esta escena. 

Así como unas chicas llegaron a Niceto para escuchar a Milongas Extremas porque habían visto un video, y quedaron sorprendidas con la presentación del grupo en vivo, estaban las fans que arribaron con sus remeras de Extremoduro, y que identifica aquella primera etapa del quinteto cuando hacían covers de la banda española. Las guitarras criollas y el bajo eléctrico, las cinco voces al unísono, condensan el audio potente y melancólico de Milongas Extremas.

Con el sonido de las guitarras heredado de Alfredo Zitarrosa y ese vínculo con un toque rockero, captaron la atención de un público que todavía nos lo había descubierto y confirmó la fidelidad de aquellos seguidores de la primera época, que les terminó pidiendo dos bises: hasta una pareja de uruguayos cruzó especialmente el Río de la Plata para verlos en Buenos Aires, en una visita que también pisó en esta oportunidad la ciudad de La Plata en el ciclo Jueves Vivos del Teatro Argentino, la sala pública más importante de esa ciudad de las diagonales.

Si la jornada empezó con los aires de candombe de Juan Mariño y la canción bálsamo de Papina de Palma, la atmósfera del lugar se empezó a teñir de ese ambiente más rockero de remeras negras y birra en la mano, aunque no faltó tampoco el termo de mate. Del sentimiento criollo y eléctrico de Milongas, la atmósfera cambió al pogo de ska y punk con Cuatro Pesos de Propina. El grupo ya había estado en octubre del 2024 en el festival Vagamundos y cosechó los frutos de esa visita: un buen puñado del público se sabía de memoria sus canciones y acompañó hasta himnos que fueron pasando de generación en generación como “Hoy sopa hoy”, un cover de Jorge Lazaroff y Raúl Castro, que se apropió la banda rockera.

En Cuatro Pesos de Propina se mixtura el ska, el reggae, el punk, el ragamuffin, el rap y el rocanrol de los ochenta. Una receta que les permitió crear un vínculo especial con bandas argentinas como El Plan de la Mariposa, con el que editaron este año el single “Volver a casa”. En su show hay agite, hay letras de mirada introspectiva y hay consignas que rezan por una revolución interna. También se permitieron la crítica al presidente argentino Javier Milei, muy bien recibida por un público que cantó en contra del mandatario argentino: “Y ya lo ve / y ya lo ve / el que no salta / votó a Milei”.

Cuando el cantante Gastón Puentes tomó la palabra dijo: “Estamos felices por esta noche de encuentro. Habla de la hermandad de las bandas”. En esa frase y en la canción siguiente “La llama”, sintetizó el espíritu de este festival: “Cómo decírtelo / cómo poner en palabras tanto amor / que juntos somos más fuertes”. La hermandad uruguaya arriba del escenario, se reflejó en un público que también se fundió en un pogo colectivo y en los abrazos sin conocerse.

Lo de la Tabaré en el cierre del festival merece un párrafo aparte. Primero porque cuando los descubra el público ricotero, los van a adoptar como hermanos de este lado de la orilla. La constancia rockera de la banda –este año celebran los cuarenta años en el Anfiteatro de Verano–, la crítica social y la mirada ácida sobre el sistema capitalista es un buen complemento de esa performance teatral y esas crónicas urbanas que hablan de la decepción y la identidad uruguaya.

En su hapenning musical trazan un paralelo rioplatense con aquellas primigenias etapas de Los Redondos en la Plata en temas como “Escena 1: A renacer”, donde la puesta performática es tan importante como la canción. Al escenario salen vestidos de mamelucos como obreros musicales y sus movimientos –juegan a la mancha congelada en algunas canciones–, complementan esas letras corrosivas y el despliegue de esa banda impulsada por el trombón, el power trío de guitarra, bajo y batería y ese buen contrapunto vocal entre la templada Pamela Cattani y la aspereza callejera de Tabaré Rivero, el fundador de la banda.

“Tenemos la suerte de vivir acá en una ciudad que no funciona”, canta Tabaré y parece que estuviera hablando de Buenos Aires. “Caos en R.O.U”, es la canción más hardcore de la banda y agita un pogo virulento. La letra podría haber sido escrita para la Argentina, pero es sobre Montevideo. Al final del tema una mujer grita el nombre de Pablo Grillo, el fotógrafo herido por la policía durante una de las represiones de los miércoles en las marchas de jubilados en Congreso, y Tabaré se solidariza.

En un “Romancero”, cambia el clima y el cantante se vuelve un trovador bohemio. Esa capacidad para reírse de sí mismo y de la sociedad, sintoniza muy bien con la ironía del público porteño. Hay conexión y complicidad con el cantante. “Allá el rock estuvo prohibido e hicimos lo posible para seguir adelante. De eso se trata esta banda y esta historia”, dice Tabaré. El público entiende y aplaude su espíritu de quijote rockero. Este es el aguante, como dijo Charly García en su canción. Al final del concierto, todos los integrantes de las otras bandas que pasaron por el festival suben al escenario invitados por Tabaré para hacer el clásico “Alegris”, un tema con alma de marcha camión. Entonces se corre del micrófono para que canten sus compañeros musicales como coristas en un tablado de murga imaginario y observa todo lo que sucede: el desquicio, el baile, las voces que se intercalan y los coros murgueros. Tabaré, el más grande de toda esta comitiva uruguaya en territorio argentino disfruta del momento. A pesar del dolor que hay en sus canciones, se puede ver que sonríe satisfecho. Que todo valió la pena, que la semilla de rock prendió en las nuevas generaciones y que hay que seguir.